Saturday, February 18, 2006

La gran guerra por la civilización*

El título, como el buen lector no ignora, condiciona todo lo que uno escriba más abajo, y con mayor motivo si nos encontramos ante una obra en la que el autor, fácilmente el primer periodista occidental en cuestiones de arabidad, parece que se ha volcado enterito, haciendo de la misma a la vez un paseo-reportaje de dimensiones continentales, unas confesiones personales cuidadosamente seleccionadas y una filípica-responso por la civilización occidental. Dudé, por ello, en titular esta reseña entre Un banquete con Robert Fisk o Un atracón de Robert Fisk; pero en el primer caso la genuflexión me parecía excesiva; y en el segundo, el símil injustamente desmovilizador.

Lo primero que hay que decir ante este esfuerzo paquidérmico (La gran guerra por la civilización, Robert Fisk; Traducción de Juan Gabriel López Guix, Roberto Falcó, Verónica Canales y Laura Manero; Destino. Barcelona, 2006; 1.511 páginas. 35 euros), nada menos que la cobertura a un tiempo periodística e histórica de todas las guerras del siglo para ocupar, dominar, explotar las tierras de lo árabe e islámico que sólo resumiendo llamamos Oriente Próximo, es que uno se siente abrumado. Comprobando, asistiendo por intermedio de su pluma a todo lo que ha visto y reporteado Robert Fisk, primero para The Times y desde hace ya bastantes años para The Independent, todo lo demás, todos los demás, quedan, quedamos empequeñecidos. Aunque la base de la narración es el reportaje, es decir, la narración en primera persona o no de alguien que ha sido testigo próximo y siempre provisto de las claves y el acceso a la acción, en el libro se dan cita todos los géneros periodísticos: la entrevista -a Osama Bin Laden, entre otros muchos-; el libro de viajes, de Argelia a Afganistán; el artículo editorial -las filípicas contra Occidente y muy singularmente contra el segundo Bush en sus aventuras poscoloniales-; la crónica histórica o fabricación de contextos imprescindibles para el lector; la autobiografía retaceada como a flashes de foto antigua; y en todo momento, el reportaje in situ. Y en ese prolongado y fastuoso recorrido una técnica de clasicismo impecable: síntesis histórica y rápido zoom para desembarcar sobre lo vivido.

Desde la guerra de Argelia en los años cincuenta hasta casi el embalsamamiento preelectoral del líder israelí Ariel Sharon, es decir, ayer, todo lo ha visto y trasteado Fisk, el inglés de Irlanda. Y cuando no ha podido ser así por un quítame allá ese visado, como la guerra de Afganistán, ello no impide que en densas páginas sigamos también la no-peripecia del caso. Y éste es el problema que puede tener el lector, porque la transposición de lo periodístico, de lo que tuvo como el diario vigencia sólo por un día, a lo editorial o libresco con tempos tan diferentes, no siempre puede ser inmaculada. Lo que tuvo una urgencia que, paradójicamente, consentía bien la pausada construcción de un clímax en las páginas del diario, sufre y se hace en ocasiones menos que necesario en la distante y relajada temporalidad del libro. Y de la misma forma que en ello puede hallar algunos de sus momentos débiles un texto que se propone desenvueltamente en más de 1.400 páginas, encuentra asimismo sus fases culminantes como el extraordinario reportaje de los primeros bombardeos sobre Bagdad, de la última guerra de Irak y tercera del Golfo.

La Gran Guerra tiene un carácter y propósito deliberadamente oceánicos, lo que se hace especialmente notable en su apartado de reminiscencias personales, el túnel del tiempo por el que accedemos a un conocimiento algo fantasmal, como de sombras chinescas, de toda una serie de personajes y figuras como el padre del autor, Bill, que parece que lo único que hizo en su vida fue servir en la Gran Guerra; ninguna mujer, en cambio, excepto su madre, Peggy; algún paisaje de la infancia y juventud; y todo ello difuminado en la apariencia, que se revelará ilusoria, de que nos está dando entrada a su más íntimo sancta sanctorum. Robert Fisk, que llama a Beirut su casa, utiliza tantas veces el yo cuantas esquiva contarnos qué es lo que hay tras el pronombre.

Como H. G. Wells, que llamó a la I Guerra "la guerra para acabar con todas las guerras", o David Fromkin, que irónicamente retomó el mismo título para volver sobre el reparto del Asia otomana en Versalles y tratados subsiguientes, Fisk ha querido hacer su relato de todos los conflictos que no sólo no sofocó sino que contribuyó a alumbrar la contienda de Gallípoli, Kut y los Dardanelos por los despojos de Estambul. Con el gran periodista británico hemos recorrido un mundo y una historia en la que Occidente, Estados Unidos e Israel, sobre todo, sufren un considerable varapalo. Pero el autor ha llegado a ser un intocable hasta tal punto que puede permitirse todas las incorrecciones políticas que le vengan en gana.

*Reseña publicada en El País, por M. Á. Bastenier el 18 de febrero de 2006

Wednesday, December 21, 2005

El fin de la pobreza*

Justo cuando un informe señala que uno de cada cinco españoles es pobre, llega a las librerías el estudio del economista Jeffrey Sachs sobre el tema en el mundo. El experto afirma que el objetivo de esta generación es erradicar este problema del planeta en el primer cuarto de siglo. Desborda así los objetivos de la ONU, que pretenden reducirlo a la mitad. La pregunta es: qué hacer con la otra mitad, más de 500 millones de personas.


Al final del curso ha aparecido el libro de divulgación económica -y quizá del resto de las ciencias sociales- más importante del año (EL FIN DE LA POBREZA; Jeffrey Sachs, traducción de Ricardo García Pérez y Ricard Martínez i Muntada; Debate. Barcelona, 2005; 550 páginas. 16,50 euros). Su autor, el americano Jeffrey Sachs, es uno de los economistas más influyentes del planeta: asesor del secretario general de la ONU para la elaboración de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, Sachs ha trabajado en las últimas dos décadas en numerosos países para intentar sacarlos de la postración, con distintos resultados: Bolivia, Polonia, Rusia, China y otros. Es, pues, un economista in situ que ha salido de sus despachos para conocer las diferentes realidades que han hecho del planeta un conjunto desigual en el que mientras una sexta parte de la población vive en la abundancia, la otra sexta parte apenas tenga posibilidades de sobrevivir.

Ésta es la principal característica de un libro tan notable: no sólo se nutre de los estudios académicos de su autor, muy reconocidos (profesor en Harvard y en Columbia, donde es director del Instituto de la Tierra y de Desarrollo Sostenible), sino de su conocimiento exhaustivo y directo de los problemas. Sachs critica la evolución de la economía del desarrollo y de muchos de los que se dedican a ella porque aplican una metodología semejante a la medicina del siglo XVIII, cuando los médicos usaban sanguijuelas para extraer sangre a sus pacientes, a quienes a menudo mataban en el proceso. Durante el último cuarto de siglo, cuando los países pobres suplicaban ayudas al mundo rico, se les enviaba al "médico monetario del mundo", el Fondo Monetario Internacional (FMI); la principal receta del FMI ha consistido en recomendar que se aprieten el cinturón presupuestario unos pacientes demasiado pobres para tener siquiera cinturón. La economía del desarrollo necesita una revisión general para parecerse mucho más a la medicina moderna, una profesión caracterizada por el rigor, la perspicacia y el sentido práctico.

La tesis que demuestra Sachs en el libro es la siguiente: accediendo a una ayuda al desarrollo del 0,7% del PIB de los países ricos -es decir, cumpliendo los compromisos que éstos han adquirido-, los ciudadanos extremadamente pobres del planeta (un millar de millones) pueden salir de su situación en el primer cuarto del siglo XXI. No hay que refugiarse en los bienintencionados Objetivos del Milenio (reducir a la mitad el número de pobres para el año 2015) -que ni siquiera avanzan a la velocidad adecuada- porque quedarían todavía 500 millones de habitantes de la tierra abandonados a una suerte de enfermedad y hambre ("si son víctimas de una sequía o una inundación de grandes dimensiones, de un episodio de enfermedad grave o de un hundimiento del precio de mercado de los productos agrícolas que comercializan, es probable que el resultado sea un sufrimiento extremo y quizá incluso la muerte. Sus ingresos representan unos céntimos diarios").

Éste es el reto para una generación que es heredera de dos siglos de progreso económico y que puede dejar como herencia un mundo sin pobreza, ya que el progreso tecnológico permite satisfacer las necesidades humanas a escala mundial. Si hubiera que hacer un esfuerzo añadido para obtener ese 0,7%, el autor propone dos fórmulas: transferir una parte del presupuesto militar a ayuda al desarrollo (especialmente en Estados Unidos, que gasta 450.000 millones de dólares en defensa, frente a 15.000 millones contra la pobreza, lo que supone 15 centavos por cada 100 dólares del PIB) y crear un impuesto a los más ricos, cuyas rentas anuales son decenas de miles de veces superiores a las de los más pobres de los pobres.

No gustará nada el libro de Sachs a los que se escudan en los tópicos para no hacer nada por el desarrollo de los más desfavorecidos. El economista demuestra la falsedad de muchos de los argumentos que, llevados al límite, sirven para la pasividad: la corrupción y la ausencia de libertad económica impiden el desarrollo; cuando la marea sube todos los barcos se elevan; o el darwinismo social que dice que el progreso es desigualdad, y siempre habrá ricos y pobres.

Por ejemplo, África. La ayuda por africano y año fue en 2002 de 30 dólares. Si de ellos se descuentan las cantidades para canalizar esa ayuda, apenas quedan 12 dólares. En el caso de Estados Unidos, entregó tres dólares por africano: si descontamos la cantidad correspondiente al envío de asesores, la ayuda alimentaria y otras ayudas de emergencia, los costes administrativos y la reducción de la deuda externa, la ayuda estadounidense por africano ascendió en 2002 a ¡la enorme suma de seis centavos! ¿Puede alguien sorprenderse de no ver sobre el terreno los resultados concretos de esa ayuda insultante?

Texto de referencia en la economía del desarrollo, apoya cada argumentación en datos y experiencias. Por ello no es excluyente desde el punto de vista ideológico: combina lo bueno de Adam Smith con lo mejor de Keynes. Y reivindica la Ilustración y la razón como los mayores enemigos de la pobreza.

*Reseña publicada en El País, por Joaquín Estefanía el pasado 10 de diciembre.

Wednesday, September 28, 2005

The World on Sunday: Graphic Art in Joseph Pulitzer's Newspaper (1898-1911)

A finales del siglo XIX Joseph Pulitzer poseía, entre otros, el periódico The New York World y The New York Magazine. Este es el tema de The World on Sunday: Graphic Art in Joseph Pulitzer's Newspaper (1898-1911) de Nicholson Baker y Margaret Brentano. Quienes crean que la liustración, el periodismo visual y la infografía se han inventado hace poco deberían echar un vistazo al talento y la imaginación de los colegas del anterior cambio de siglo. Seguro que entonces también se sentían amenazados por inventos tan peculiares como el teléfono y la radio. El libro se puede comprar aquí.

Friday, July 15, 2005

Los elementos del periodismo

El periodismo atraviesa por una crisis de conciencia, confianza y objetivos. En esta obra, los prestigiosos periodistas americanos Bill Kovach y Tom Rosenstiel explican los sólidos principios que definen al periodismo como una profesión tanto como una vocación. En Estados Unidos, Los elementos del periodismo han dado pie a un debate nacional acerca de lo que el periodista debería saber y al ciudadano le cabe esperar de los medios de comunicación.